y los peces muertos flotan en el escusado

Eran los tristes perros que navegaban en las madrugadas, como poetas desechos por el humo azul del ocio y el olvido y los muertos desde las esquinas donde los que con solvente en las noches de la alameda se sacan los ojos y se ponen canicas blancas, la luna en los ojos se ponen y se pierden
robando bolsos, los vi como a tristes cuervos en las bancas, travestis regalando sus senos de silicón por unas monas, muñequita de estopa que cuenta mientras disloca los cristales, la mirada, y la memoria es un gato que uye junto con la palabra, la otra vez te vi, inhalabas, me pusiste la mona en la cara y me dijiste un par de estupideces antes de meterte al baño y qué tus amigos te violaran. Uno de ellos se levanta de la banca y viene hacía a mí, me pide dinero y lo hago a un lado, sigo caminando con la sopa en la mano, voy a al metro Hidalgo y de ahí a C.U. ayer soñé con peces muertos, un montón de peces dorados y betas y otros en un sartén. Un Wong repleto de peces y una niña de de siete años sacaba los peces por la cola de una pecera, y los peces al salir del agua se retorcían, pero cuando la niña ponía su cabeza en el aceite hirviendo los peces morían, la niña tenía la cara y los brazos llenos de ámpulas, pero seguía sacando y quemando peces.